Primero fueron los inmigrantes, luego las mujeres, más tarde los musulmanes y ahora son los más jóvenes. La izquierda norteamericana, de la mano del Partido Demócrata y de una larga constelación de organizaciones sociales "progresistas" financiadas por la Open Society de George Soros, no cesa de buscar “sujetos revolucionarios” contra Donald Trump y ahora le ha tocado el turno a miles de adolescentes que han sido movilizados por los más radicales para protestar “contra las armas”.
“Hoy es el comienzo de un nuevo y brillante futuro para nuestro país. Salimos a la calle para exigir leyes de control de armas con sentido común, nosotros somos el cambio”, exclamó ante la multitud congregada en Washington Cameron Kasky, uno de los supervivientes del tiroteo de la escuela de Parkland (Florida, EEUU), el pasado 14 de febrero, en el que murieron 17 personas.
Kasky, de 17 años, organizó junto a varios de sus compañeros del colegio Marjory Stoneman Douglas la ‘Marcha por nuestras vidas’, que reunió a más de medio millón de personas en la capital del país, según medios locales, para exigir que se apliquen "medidas" que pongan fin a la violencia armada
El debate nacional sobre el acceso a las armas volvió a saltar a la palestra después de que el pasado 14 de febrero Nikolas Cruz, un joven de 19 años, asaltara su antigua escuela en Parkland con un fusil de asalto AR-15, con el que mató a 14 estudiantes y tres profesores. “Da miedo ir a la escuela sabiendo que esto está pasando mucho ahora, es muy triste. Queremos una solución pronto”, dijo Dayana Batres, una estudiante de 14 años de la escuela secundaria Albert Einstein en North Kensington (Maryland), que acudió a la protesta con su madre y dos hermanas.
Precisamente, hace un mes hubo una amenaza de bomba en la escuela de Dayana, que tuvo que permanecer sentada en el suelo durante tres horas sin poder contactar con sus padres. “Fue un calvario, recibí la alerta del colegio y yo sabía que mis hijas estaban dentro, pero no podía hacer nada”, relató la salvadoreña Myrna, madre de Dayana, que dijo que cada día reza para que no pase nada a sus hijas en la escuela.
Para solucionar esta crisis, el presidente estadounidense, Donald Trump, ha sopesado incrementar hasta los 21 años la edad legal para llevar armas, así como armar a los profesores, prohibir el acceso a armas de asalto y vetar la venta de los conocidos como “aceleradores de disparo”, mecanismos que, acoplados al arma, incrementan su cadencia de tiro.
“Armar a los maestros no funcionará… Nos hacen sentir como criminales, cuando deberíamos sentirnos apoyados en nuestras escuelas”, dijo ante la multitud en Washington Edna Chavez, alumna de 17 años de una escuela de Los Ángeles.
La manifestación en Washington fue liderada por “personalidades” del mundo de la “cultura” como Miley Cyrus. En otras ciudades del país, como Boston, Nueva York, Miami o Los Ángeles, también se produjeron concentraciones. Llama la atención de los analistas que, durante los ocho años de mandato de Barack Obama, durante los cuales también se produjeron numeosas matanzas en centros oficiales, nadie saliera a la calle para protestar ”contra la armas”.
Mensaje importante de La Tribuna del País Vasco. Intentamos hacer un periodismo veraz, independiente y no sumiso ante las imposiciones nacionalistas o frente al totalitarismo presuntamente "progresista" de lo políticamente correcto. No es fácil. Hoy más que nunca, tampoco resulta sencillo ofrecer informaciones relevantes y opiniones exclusivas, generalmente a contracorriente, basadas en los principios y valores sobre los que se levanta nuestra civilización occidental
«Técnica e ideológicamente —sostenía Aldous Huxley— todavía estamos muy lejos de los bebés embotellados y los grupos de Bokanovsky de adultos con inteligencia infantil. Pero por los alrededores del año 600 de la Era Fordiana, ¿quién sabe qué puede ocurrir?». Aunque, en efecto, es mucho lo que aún nos separa de aquel distópico mundo feliz, un amplio sector de la sociedad ha terminado por asumir un discurso, tan atractivo como fanático, que disfraza de progresismo la ingeniería social y hace del relativismo un dogma de fe.
¿Somos, como sostienen algunos, el resultado de una mera construcción social?, ¿pueden nuestros sentimientos influir en realidades objetivas?, ¿es capaz el entorno de arrinconar a la genética? Para dar una respuesta a estas preguntas es preciso aproximarse a las corrientes de pensamiento que han llenado páginas y colapsado librerías a lo largo del último siglo.
Sexo frente a género
Desde la década de 1950 se ha venido desarrollando un nuevo campo de investigación: los estudios de género. Estos, integrados por un conjunto de disciplinas, trataron de arrojar luz sobre cuestiones referentes al género y la sexualidad. Fueron las teorías de Simone de Beauvoir las que marcaron un antes y un después en la idea sexo como realidad biológica frente a género como construcción social. Para ella «no se nace mujer, se llega a serlo».
Ortner y Whithead añadieron:
«qué es el género, qué es un hombre y qué es una mujer […], estos interrogantes no sólo se plantean a partir de los hechos biológicos reconocidos, sino que son también, en gran parte, productos de procesos sociales y culturales».
Para Beauvoir y sus acólitos, la idea de género abarca el conjunto de roles social y culturalmente construidos sobre la idea de masculinidad y feminidad como puede ser, por ejemplo, la distribución tradicional de las tareas en el ámbito doméstico. Pero posteriormente el discurso devino en una crítica a la anatomía de origen en la que el género constituiría una categoría ontológica en sí mismo. Frente a un esencialismo que aseguraba la existencia de cualidades naturales e inmutables en ambos sexos, el género se erige por encima de cualquier realidad anatómica, genética o fisiológica, determinando el estatus mismo de hombre o mujer, que pasaría a depender de la percepción maleable y subjetiva que el individuo tiene de sí mismo. No obstante, también es posible que tal percepción —la identidad de género — vaya más allá del espectro tradicional hombre-mujer conformando una lista infinita e inconclusa de géneros llamados no binarios.
Cada una de estas doctrinas se sostiene en toda una serie de teorías psicológicas herederas de Freud, central en la obra de Huxley, y que, como demostró el experimento de David Reimer, pueden llegar a ser peligrosas.
En esta línea, Judith Butler afirmó que «varón y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino». Pero donde la pseudociencia sentencia categóricamente, la ciencia discrepa. Numerosos estudios (Sex Differences in Cognitive Abilities, Diane Halpern) han demostrado que, efectivamente, la biología determina las diferencias cognitivas, neuroanatómicas y de comportamiento basadas en el sexo. Niro Shah, neurobiólogo de la Universidad de Standford, se pregunta: «si la presencia o ausencia de un único par de bases de ADN conduce a un trastorno genético, ¿cómo despreciar el influjo de un cromosoma?» [Ver más: Dos sexos, dos cerebros, Observatorio de Bioética UCV].
El Mono Desnudo, del zoólogo Desmond Morris, mundialmente reconocido y doctor por la Universidad de Oxford, es igualmente recomendable para comprender cómo los mecanismos biológicos que compartimos con el resto de especies han contribuido al éxito de la nuestra.
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La herencia, el eterno enemigo
Desde la crítica a la monarquía por su carácter sucesorio hasta el vigente impuesto de sucesiones, la izquierda siempre ha visto en la herencia un obstáculo en el camino de la lucha de clases. Los predicadores de la igualdad («¡tarántulas sois para mí, —diría Nietzsche— y vengativos escondidos!») se rebelaron también, en su afán homogeneizador, contra la herencia biológica: la genética.
Para Marx, el hombre es el conjunto de sus relaciones sociales; un ser capaz de transformarse a sí mismo y de interpretar y transformar la realidad. El hombre nuevo, sujeto y objeto del desarrollo, deberá, en un proceso constante de interacción con el entorno, deshacerse de toda forma de alienación social. Esta teoría llevada al extremo planteó, durante la Unión Soviética, la maleabilidad absoluta de la naturaleza humana por encima de lo impuesto por la herencia genética. Trofim Lysenko, científico mediocre y director de la Academia de Ciencias Agrícolas, negó abiertamente la existencia de los genes aceptando las superadas teorías de Lamarck. Estas últimas se adaptaban mejor al ideario comunista, pues entendían que cuanto mejor fuese el entorno, tanto mejor sería el individuo. Para Lysenko, el ADN era una superstición de los medios occidentales y el hombre el resultado de una mera construcción social. De esta forma persiguió a decenas de científicos; a muchos de ellos, como a Nikolái Vavílov, hasta darles muerte.
El hombre, por tanto, no debía emanciparse sólo de las ataduras externas, sino también de las impuestas por su propia condición de ser humano, por lo que ‘hombre’ y ‘mujer’ pasaron a ser categorías obsoletas susceptibles de ser superadas en un proceso individual de construcción y deconstrucción.
«Actualmente se considera a la mujer como un ser oprimido; así que la liberación de la mujer sirve de centro nuclear para cualquier actividad de liberación tanto política como antropológica con el objetivo de liberar al ser humano de su biología. Se distingue entonces el fenómeno biológico de la sexualidad de sus formas históricas, a las que se denomina ‘gender’, pero la pretendida revolución contra las formas históricas de la sexualidad culmina en una revolución contra los presupuestos biológicos. Ya no se admite que la ‘naturaleza’ tenga algo que decir, es mejor que el hombre pueda modelarse a su gusto, tiene que liberarse de cualquier presupuesto de su ser: el ser humano tiene que hacerse a sí mismo según lo que él quiera, sólo de ese modo será ‘libre’ y liberado.
Todo esto, en el fondo, disimula una insurrección del hombre contra los límites que lleva consigo como ser biológico. Se opone, en último extremo, a ser criatura. El ser humano tiene que ser su propio creador, versión moderna de aquél ‘seréis como dioses’: tiene que ser como Dios».
De Marx a la Revolución Sexual
Pero la defensa a ultranza por parte de la izquierda de las teorías de ‘emancipación sexual’ no ha sido una constante histórica. Ni Marx ni Engels, por ejemplo, toleraban formas de sexualidad heterodoxas. Para Engels, la homosexualidad era una práctica similar a la pederastia, «moralmente deteriorada», «abominable», «extremadamente contra natura», «despreciable» y «degradante». Marx, por su parte, trató de utilizar la homosexualidad del sindicalista socialdemócrata Jean Baptista von Schweitzer —a sus ojos un «estúpido maricón»— para desprestigiarlo.
Años después, con Stalin a los mandos de la Unión Soviética, este repudio se materializó en cifras espeluznantes: durante el Termidoro Sexual, decenas de miles de homosexuales fueron sometidos a una despiadada represión que no se redujo hasta la década de 1990.
Pero Marx, de origen judío, y Engels, de padres calvinistas, manifestaban algo que, salvando el odio que revestía sus palabras, coincidía con el sentir mayoritario de una Europa de raíces judeocristianas y cimentada sobre el modelo familiar tradicional. El economista alemán había pronosticado erróneamente la caída del capitalismo por sus «contradicciones internas» y, reinterpretando la dialéctica hegeliana, supuso que los acontecimientos históricos venían determinados por factores económicos —lo que posteriormente se bautizó como materialismo histórico— y que la historia avanzaba inexorablemente hacia emancipación de los trabajadores.
Antonio Gramsci, teórico comunista italiano e inspirador de la Escuela de Frankfurt, entendió entonces que si esto no ocurría, si los obreros no se levantaban, era porque la cultura occidental de raíces cristianas de la que estaban impregnados lo impedía. Defendió que la toma del poder cultural debía preceder a la toma del poder político, es decir, que para asegurar el triunfo de una revolución rechazada naturalmente por los europeos era preciso atacar las bases del sistema. Propuso así iniciar una batalla ideológica a través de las instituciones que terminase por derrocar la hegemonía cultural y acabar con los cimientos de la civilización occidental: la religión, la Ley Natural o la familia tradicional.
Gramsci, como ya se ha dicho, fue uno de los inspiradores de la Escuela de Frankfurt, nacida hacia 1920 bajo la dirección de Horkheimer y Marcuse como una escuelacrítica con una sociedad capitalista cada vez más industrializada. Freud fue otro de sus referentes. Para el padre del psicoanálisis, el ser humano es un ser de pulsiones libidinosas, y la represión de tales pulsiones por cuestiones morales o religiosas no conduce sino hacia el desequilibrio psicológico.
Para Freud, la religión no deja de ser una especie de neurosis colectiva y, dejando de lado todo estorbo moral, por encima de las ‘supersticiones’ religiosas se abrieron paso el hedonismo, el relativismo y las teorías emancipatorias que allanarían el camino de los movimientos de liberación sexual. Cuando Erich Fromm, adscrito inicialmente a la Escuela de Frankfurt, supuso que la masculinidad y la feminidad no se debían a diferencias biológicas, la guerra cultural de Gramsci disputaba sus primeras batallas. [Ver más: Cómo el marxismo cultural de la Escuela de Frankfurt inventó la persecución al disidente]
Con las bases firmes, entre 1950 y 1960 ocurrió lo inevitable: el movimiento hippie, el feminismo de segunda ola y —voilà!— los estudios de género a los que nos referimos inicialmente. Contra las predicciones de Marx, el capitalismo no había caído y se afianzaba en mitad del orbe, por lo que la emancipación de la clase obrera a través de la lucha de clases se hacía cada vez más improbable.
El esquema marxista opresor/oprimido cambió entonces de protagonistas y, con el feminismo de tercera ola, la lucha de sexos ha venido a sustituir a la lucha de clases. Si antaño el proletario luchaba por liberarse de la tiranía del burgués, ahora la mujer debe acabar con la opresión de los hombres. La izquierda siempre ha encontrado en el imperativo «divide y vencerás» un aliado perfecto para arengar a las masas —lo que ellos llaman despertar la conciencia de clase, género o raza— y promover la agitación social: pobres contra ricos, negros contra blancos, homosexuales contra heterosexuales y, ahora, mujeres contra hombres. Y si de aquellos polvos estos lodos, ahí tienen el germen de la manifestación del 8 de marzo.
El porqué del éxito de la concentración —que no huelga— es evidente. Oswald Spengler diría de sus discípulos (y, sobre todo, discípulas) que «sólo en masa se sienten a gusto, porque en ella pueden amortiguar, multiplicándose, el oscuro sentimiento de su debilidad».
Elvira Roca afinaba aún más en un magnífico artículo publicado en El Mundo bajo el título De Algeciras a Kabul: 8-M cuando sentenciaba: «Está el personal con las velas desplegadas esperando con desesperada necesidad el viento cálido de algún catecismo redentor que venga, por piedad, a poner norte en sus vidas, a ofrecerles una causa noble por la que vivir y luchar».
Y mientras arde Roma, George Soros sonríe y tañe la lira…
"El 1 de octubre del 2016 el papa Francisco afirmó que una cosa es la caridad y comprensión con un homosexual y otra estar de acuerdo con la ideología de género". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Cuando leí el artículo de Santiago Roncagliolo (“Cipriani y Dios”), que publicó este Diario el 23 de marzo, se me vinieron a la cabeza las ideas que expongo a continuación, con el fin de compartir mis pensamientos con los lectores.
La definición clásica de ignorancia es la ausencia de conocimiento debido. Un médico no tiene por qué saber cómo cultivar la tierra ni un agricultor cómo curar un enfermo. Los periodistas debemos informarnos bien antes de tratar un tema específico.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue fundada para garantizar la paz después de la Segunda Guerra Mundial y el Perú fue uno de los países presentes desde el primer momento. Pero el Consejo de Seguridad de la ONU está conformado por cinco grandes potencias, las cuales tienen derecho de veto.
El Perú es actualmente uno de los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, pero como no tiene derecho de veto se convierte en la práctica en comparsa de las cinco potencias. Cualquiera puede preguntar a un diplomático peruano con años de servicio las deliciosas anécdotas de Víctor Andrés Belaunde, nuestro representante en la ONU durante décadas, sobre el papel de las grandes potencias y el de las demás naciones.
El Estado Ciudad del Vaticano tiene un observador permanente en las Naciones Unidas. Actualmente es monseñor Bernardito Auza, que sigue fielmente la doctrina del magisterio pontificio, esté o no de acuerdo con las decisiones de la ONU. El 1 de octubre del 2016 el papa Francisco afirmó que una cosa es la caridad y comprensión con un homosexual y otra estar de acuerdo con la ideología de género.
Francisco contó ese día una anécdota: un papá español se dio cuenta, viendo los textos escolares, de que a su hijo le enseñaban la ideología de género y se alarmó cuando su hijo le dijo que quería ser chica. El Papa argentino comentó: “Una cosa es que una persona tenga esa opción, otra cosa es enseñar en las escuelas esta línea para cambiar la mentalidad. A esto llamo yo colonización ideológica”.
Ya Paulo VI, el primer pontífice que habló ante la Asamblea General de la ONU, dijo en Nueva York que nadie, en su calidad de miembro, debe ser superior a los demás. Y eso es imposible si hay orgullo, que conduce a que una nación quiera estar por encima de otra, lo que provoca tiranteces y luchas de prestigio y predominio, de colonialismo y egoísmo, explicó el Papa.
Eso es así porque la Iglesia de Jesucristo se atiene al mandamiento nuevo del amor de Dios y al prójimo por Dios, que resume los diez mandamientos de la moral judeocristiana. Los tres primeros se dedican a Dios: adorarlo, santificar su nombre y participar los domingos en la Eucaristía, para dar el culto debido a Jesucristo.
Los otros siete mandamientos se refieren a nuestras relaciones entre los hombres en la presencia de Dios. En ese contexto, tanto diversas asociaciones peruanas de padres de familia como los correspondientes niveles de la administración de justicia peruana han reafirmado la importancia de respetar la igualdad de derechos entre los sexos: los varones y las mujeres. Rechazan así el colonialismo de la ideología de género, que se ha entronizado en el Perú en los programas de estudio que provienen de la inspiración de la Unesco, organismo dependiente de las ONU, en la reunión que organizó en Tailandia en 1990.
Tema similar es el feminismo. En España salió un eslogan con el que estoy de acuerdo: “El largo de la falda no quiere decir que sí”. De la misma manera que, por contraste, “El corto de la falda puede querer decir que sí”, como es de sentido común. En esa línea se ha pronunciado hace poco Brigitte Bardot.
Los peruanos debemos defender en las Naciones Unidas nuestra identidad nacional y sudamericana, uno de cuyos mejores ingredientes es el cristianismo y fortalecer nuestra educación religiosa y ética porque la ignorancia es el peor enemigo del hombre.