domingo, 20 de noviembre de 2016

Cuando les prohibieron ser mujeresd...

Cuando les prohibieron ser mujeresd...

Está claro que las implicaciones de la ideología de género van mucho más allá del ingenuo lenguaje “inclusivo”: ese de ciudadanos y ciudadanas, presidentes y “presidentas”, “millones y millonas”.



Somos una mezcla inevitable de biología y cultura. A lo largo de la historia los dos elementos se han ido combinando y produciendo hombres y mujeres, con valores, perspectivas, sensibilidades, modos de captar la realidad y rasgos de identidad que podrían equipararse a las variaciones sobre un mismo tema que a veces usan los grandes compositores musicales; en el que el tema musicalizador, sobre el que se hacen las variantes, no es otro que la naturaleza humana. 

En el balance entre biología y cultura nos jugamos no solo nuestra existencia, sino nuestra felicidad. Necesitamos armonía, equilibrio para que al perseguir fines distintos: unos por biología y otros por cultura, en vez de contrapuestos y/o excluyentes, resulten complementarios. 

La dicotomía sexual, inherente a la condición humana y fundamental en la base biológica común, determina unas características que no sólo establecen nuestra manera de ser corporal, sino que afectan directamente las relaciones políticas y sociales de los hombres y las mujeres. 

Negar la naturaleza que procede de la genética –que es lo que pretende la ideología de género–, para construir un ser humano asexual y de género único (“igualdad sin género” rezaba una pintada callejera que pude ver en una ciudad europea), basado únicamente en nuestra naturaleza cultural, provoca en los individuos concretos, como está comprobado, un alto grado de infelicidad e irracionalidad, causado por una crisis de identidad inducida artificialmente. 

Es lo que demuestra Alicia V. Rubio en un libro recientemente publicado en España con el sugerente título de “Cuando nos prohibieron ser mujeres... y os persiguieron por ser hombres”, en el que con un lenguaje claro y divulgativo, muestra y valora los postulados y conclusiones de esta ideología desde campos tan diversos como la antropología, la neurofisiología, la anatomía y, sobre todo… la realidad, el sentido común y la experiencia cotidiana.

Está tristemente demostrado por la historia, que cuando se reúne un grupo de pensadores a puerta cerrada, y conciben una “teoría” que pretende explicar la realidad desde una perspectiva única, es decir, cuando se analizan las cosas desde la pobreza instrumental y la limitación metodológica de la ideología, los resultados suelen ser catastróficos. Con la particularidad de que quienes los padecen no son sus creadores, ideólogos y promotores, quienes frecuentemente suelen hacer de la difusión de sus postulados un modus vivendi, sino la gente común y corriente, que cargan con las consecuencias de los desvaríos académicos de unos pocos iluminados.

Pues, en esta guerra ideológica en la que “sin darnos cuenta, nos vemos metidos y en la que el factor educativo trata de imponer gustos, percepciones, deseos e intereses idénticos a hombres y mujeres para alcanzar una hipotética felicidad social basada en la igualdad y que, al no ser posible la igualación de ambos sexos, ha derivado en la neutralización de los mismos”, todos terminamos perdiendo. 

Pero quizá quienes más la sufren son las mujeres por ser las presuntas beneficiarias de un modelo neutro, que las desprecia como tales y ningunea sus deseos, sentimientos y realidades, comportamientos, gustos, percepciones y capacidades, tachándolas de impuestas por factores externos: cultura, familia, religión o estructura machista de la sociedad.

Está claro que las implicaciones de la ideología de género van mucho más allá del ingenuo lenguaje “inclusivo”: ese de ciudadanos y ciudadanas, presidentes y “presidentas”, “millones y millonas”. Lo que no está tan claro, y por eso vale la pena llamar la atención al respecto, es que esa forma de ver las cosas, queriendo librarnos de lo que según su perspectiva es una imposición cultural, termina siendo mucho más violenta e impositiva, y el remedio es peor que la enfermedad. De aceptarla, terminamos en el maremágnum anárquico del “todos iguales”, pero sin saber iguales a qué. 
 

* Columnista de El Diario de Hoy
@carlosmayorare

fuente http://www.elsalvador.com/articulo/editoriales/cuando-les-prohibieron-ser-mujeresd-132388



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