John F. Kennedy y Donald Trump
Ni siquiera hace falta recordar que los católicos norteamericanos han sido siempre un ‘voting bloc’ fiel al Partido Demócrata, el único hasta la fecha que ha llevado a uno de ellos -John Fitzgerald Kennedy- a la Casa Blanca.
Es que, para colmo, al otro lado había un multimillonario frívolo, narcisista y con fama de tramposo que parece coleccionar esposas como si fueran trofeos de caza. Y eso sin contar con que uno de los pilares de su campaña era parar en seco la llegada de más hermanos en la fe, los mexicanos, que podían con el tiempo convertirla en mayoritaria, como estuvo a punto de pasar en los años cincuenta.
Y, sin embargo, para asombro de muchos, los católicos norteamericanos han votado abrumadoramente por Trump. ¿Por qué? Trump no es especialmente provida, le parece estupendo el matrimonio homosexual, es, en fin, un producto perfecto, casi de parábola evangélica, del degenerado Epulón contra el que tantos cristianos -el Papa, entre otros- claman como lo contrario de lo que debe ser un cristiano.
La respuesta está en el miedo . Miren las calles de las grandes ciudades norteamericanas en las que se manifiestan, entre gritos y llantos, tantos progresistas pro-Hillary. Tienen miedo.
Sienten que al frente de su país hay un hombre, todo un equipo, que va a gobernar contra su modo de pensar, temen sufrir una persecución ideológica, temen empezar a perder la guerra cultural y que el viento que ha soplado todas estas décadas a su favor se vuelva en contra.
Es inocultable que la ofensiva anticristiana de estos últimos ocho años se ha caracterizado por una saña implacable desconocida hasta ahora en EEUU
¿Le suena? Sí, así es exactamente como se han sentido todos estos años de Administración Obama los cristianos, los católicos en primer lugar.
Es inocultable que la ofensiva anticristiana de estos últimos ocho años se ha caracterizado por una saña implacable desconocida hasta ahora en la historia de Estados Unidos.
¿Ideología de género? Obligatoria . La polémica de los cuartos de baño público, en la que el propio presidente se ha posicionado firmemente en contra de la biología más elemental, es buena prueba de ello, alegando que cualquiera, no importa el sexo con el que ha nacido (y que, operaciones y tratamientos o no, tendrá hasta su muerte) o su apariencia, debe ser tratado como si perteneciera al que declare pertenecer. Y, por tanto, habrá que soportar que un señor con barba entre en el vestuario de su hija cuando se esté duchando. Querer es ser.
Bill de Blasio, alcalde de Nueva York
Hay casos especialmente sangrantes, como el de la ciudad de Nueva York, cuyo alcalde De Blasio impone serias multas a cualquier local público que dé a un cliente un tratamiento de género distinto aquel que haya elegido para identificarse . Repito: no hace ninguna falta que su aspecto no guarde la menor relación con el sexo declarado.
Ahora, imagine eso impuestos a los cientos de establecimientos -desde hospitales a albergues o colegios- que la Iglesia católica americana tiene en todo el país. La alternativa es traicionar la fe o echar el cierre.
Y Clinton prometía avanzar en esta persecución. Ya es famoso su discurso en el que dejó perfectamente claro que los gobiernos deben plantearse usar sus poderes coercitivos para obligar a las iglesias a adaptar su doctrina a los caprichos de la cultura del momento en los aspectos que haga falta.
Parejas de lesbianas salen un día sí y otro no en los medios asegurando que su hijo de 12, 8 o incluso 4 años es ‘transgénero’ y lo tratan como niña, obligando al colegio a hacer otro tanto, todo ante el aplauso entusiasta de la élite cultural.
Mientras, los padres cristianos deben sufrir con paciencia que el instituto adoctrine incesantemente a sus hijos sobre ‘opciones sexuales’, les animen a ‘experimentar’ y, en fin, deshagan toda la labor que puedan haber hecho los progenitores en casa para transmitirles la fe. Y calladitos, porque los servicios sociales pueden retirarles la custodia de sus hijos por ‘homófobos’.
Los progresistas pueden tener toda la confianza del mundo en que la cultura que rodea a sus hijos, el sistema de enseñanza desde la guardería hasta el último de la universidad, no va a contradecir los valores que les han inculcado sino a reforzarlos. Pero los padres cristianos no gozan de ese derecho.
Más: si los católicos se oponen, si los católicos tratan de ser coherentes con su fe contra ese viento y esa marea, no recibirán la simpatía de una sociedad tan secularmente enamorada de la libertad, sino que serán tachados de ‘sembrar doctrinas de odio’, de fanáticos, oscurantistas y ‘odiadores. Es lo que hay, es lo que viven hoy millones de americanos.
Y no es, cada vez más, una tiranía sorda pero real que sufran solo un número insignificante de profesionales especializados, ni son sus consecuencias algunas críticas o alguna cara larga: son millones, de todas clases, y las consecuencias pueden ser devastadoras.
El lobby LGTB parece decidido a aprovechar su ascendencia cultural para convertirse en una implacable inquisición que obligue a doblar la rodilla a todos sus críticos, con especial odio a los cristianos.
Puede tratarse de pastelerías, restaurantes, fotógrafos, maestros… Son gente normal que pierde el negocio que han estado levantando durante años y que es su único modo de vida; que pierde el empleo que es su único sustento y que sabe que no va a recuperar fácilmente en otra empresa, porque el estigma le acompaña y ningún patrono va a arriesgarse a la mala fama de contratar a un ‘homófobo’. Es la pérdida de la custodia de sus hijos.
Los católicos no han votado a Trump necesariamente porque les guste Trump, le han votado porque la Administración Clinton- les empujaría a las catacumbas
Todos estos cristianos no esperan la instauración de una teocracia ni que se enseñe religión en el instituto o se interrumpa la jornada laboral para el rezo del Ángelus . No piden vivir en un régimen católico. Solo quieren llevar una vida normal donde se le permita vivir su fe y educar a sus hijos en ella, donde actuar de acuerdo a su conciencia no signifique arruinar su vida y la de los suyos.
Los católicos no han votado a Trump necesariamente porque les guste Trump, ni siquiera porque les guste lo que hay detrás. Le han votado porque un tercer mandato de Obama -y eso sería, en sus propias palabras, una Administración Clinton- les acabaría por exterminar de la vida pública y empujar a las catacumbas.
No esperan, creo, en su mayoría, que Trump gobierne a su favor; pero tienen la razonable esperanza de que no lo haga en su contra . Han votado, en definitiva, por quitarse de encima la bota de un régimen abiertamente hostil.
fuente http://www.actuall.com/criterio/democracia/cruda-realidad-por-que-los-catolicos-de-eeuu-se-taparon-la-nariz-y-votaron-por-trump/
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