sábado, 12 de noviembre de 2016

Nosotros, los deplorables

La Gaceta


EL EDITORIAL

Nosotros, los deplorables

Una mayoría de la sociedad norteamericana piensa que la destrucción de las fronteras, de las familias, de las identidades personales y colectivas, no es una oportunidad, sino un suicidio.

El cineasta norteamericano Michael Moore, con ese inequívoco desparpajo que caracteriza al hombre de izquierdas, ha dicho que estas elecciones americanas han sido “el más atronador ‘vete a la mierda’ de la Historia”. Probablemente tiene razón. Trump ha ganado literalmente contra todos: contra la gran finanza, contra el coro mediático, contra el establishment de su propio partido. Tan fuerte era su arraigo popular, que ha logrado vencer pese a una campaña de descalificación personal tan atroz como no se ha conocido otra. El pueblo ha votado contra los que se arrogan la representación del pueblo. Eso es lo propiamente subversivo de la situación.

La gente ha elegido ser “deplorable”, en el sentido de la obra ya clásica de Victor Hugo. Vale la pena recordar esta historia: en uno de los últimos grandes actos de campaña, Hillary Clinton, en el significativo ámbito de un encuentro masivo con la comunidad LGTB, dijo que la mitad de los seguidores de Trump eran “un cesto de deplorables”. ¿Por qué? Porque eran “racistas, sexistas, xenófobos e islamófobos”. Ocurre que, para el discurso progresista dominante, uno es racista cuando ama la identidad propia, sexista cuando se opone a la ideología de género, xenófobo cuando cree que hay atender a los de casa antes que a los extranjeros e islamófobo si piensa que la sharia es incompatible con la forma de vida occidental. Además, el “deplorable” tiende a pensar que la apertura de fronteras beneficia más al rico que al pobre, porque al primero le da oportunidades, pero al segundo lo desprotege. De manera que el miserable, el deplorable, es la antítesis exacta del mundo de la globalización, el enemigo natural del tipo de sociedad que los poderes transnacionales pugnan hoy por construir a toda costa. Natural que los arquitectos de este nuevo orden, como Clinton, odien a los miserables. Natural también que los pequeños predicadores del orden nuevo, toda esa gente instalada en las terminales del aparato mediático mundial, fustiguen sin cesar a los deplorables del mundo.
Pero he aquí que los deplorables han ganado en los Estados Unidos. He aquí que una mayoría de la sociedad norteamericana piensa que la destrucción de las fronteras, de las familias, de las identidades personales y colectivas, no es una oportunidad, sino un suicidio. Y he aquí que ese mismo aliento es el que se palpa hoy en muchos otros lugares y, especialmente, en Europa: en la Francia de Le Pen, en la Hungría de Orban, en el Reino Unido de Farage, en la Alemania de Frauke Petry. Movimientos todos ellos que el poder establecido fustiga como “racistas, sexistas, xenófobos e islamófobos”, es decir, como “deplorables”, pero que al cabo recogen una reacción mecánica de protesta que en buena medida es, simplemente, instinto de supervivencia.
El nuevo orden del mundo, el intento de construir un mundo global de naturaleza cosmopolita, está arruinando a las naciones, a las comunidades, a las personas. Contra eso protestan los deplorables. Y hoy, después de la victoria de Trump, hay una consigna nueva: “deplorables de todos los países, uníos”. Acabamos de asistir a un cambio histórico en el paisaje

FUENTE http://gaceta.es/noticias/los-deplorables-10112016-0852
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